Tuesday, June 19, 2012

¿Por qué somos Así?

Era un día soleado en el pueblo de San Marcos Jalisco, las campanas de la iglesia anunciaban la tercera llamada de misa y las calles lucían como siempre. La gente caminaba, los niños jugaban y a lo lejos se escuchaba la algarabía de los estudiantes de primaria que anunciaba el fin de un día más de clases. Mientras, en el cuarto del único hospital del lugar…
—¡Es un niño! —decía el doctor al tiempo que se acercaba a Miguel, el joven de 20 años que recién debutaba como papá— ¡Adelante, pasa para que lo veas, está hermoso! Nunca había visto a un bebé tan bonito.
—Gracias, doctor. Con permiso —respondió Miguel encaminándose a ver a su esposa—. Mi amor, ¿cómo estás?
—¿Y cómo quieres que esté? ¡Acabo de tener un hijo! ¡Y para colmo a mi marido ni siquiera le alcanzó para traerme un ramo de flores! —replicó Claudia.
—Perdóname, por favor, con la emoción lo olvidé.
—¡Todo lo olvidas, parece que últimamente esa es tu filosofía de vida!
—Claudia, por favor, no es el momento. A ver, déjame mirarlo —Cuando Miguel vio a su hijo, no pudo ocultar su emoción—. ¡Está precioso! Tiene razón el doctor: es muy hermoso; seguramente cuando crezca volverá locas a las mujeres.
—¿Y ya tienes todo listo en la casa para recibirnos? —preguntó Claudia en tono molesto.
—Solo falta acomodar la cuna y la lámpara, pero todo lo demás ya está. Afuera espera tu mamá, mientras ella entra, yo aprovecharé para ir a la casa y dejar todo listo.
Claudia no le respondió, solo movió la cabeza.
—¡Señora María, puede pasar! Yo enseguida regreso.
—Está bien, Miguel. ¡Hija, muchas felicidades! —decía María emocionada— ¡Pero mira nada más qué niño tan chulo! Es un angelito, un regalo de Dios. Debes sentirte afortunada, tienes un esposo maravilloso que hace todo por complacerte, y ahora un hijo. Dime si no es una bendición.
—Si tú lo dices, mamá...
—No, Claudia. No es porque yo lo diga, es la verdad. Solo espero que ahora, con la llegada de un hijo a tu vida, madures y te comportes como la señora que eres.
—Ah, ¿ya vas a empezar?
—¡Claudia, hija, tienes que valorar a Miguel! Es un buen hombre, trabaja demasiado para que nada te falte, y además te ayuda con las labores de la casa, que son tu responsabilidad.
—Pues trabaja mucho pero no nos alcanza, cada mes terminas ayudándome con algunos gastos.
—Y lo hago con mucho gusto, hija. Tú sabes que todo lo mío también es tuyo; es parte de lo que tu padre nos dejó. Pero no me cambies la conversación. Claudia, procura cuidar tu matrimonio, ahora con este angelito aprovecha la oportunidad y demuéstrale a Miguel que tú también eres una gran mujer. Te lo digo porque los hombres necesitan atención, cuidado, cariño… calor de hogar, y si no lo encuentran en su propia casa, en algún otro lugar lo encontrarán.
—¿Qué quieres decir con eso? ¿Acaso sabes algo de lo que yo no esté enterada? —reaccionó Claudia molesta.
—No, tranquila. No sé nada ni lo dije para que te alteraras, solo piénsalo. ¿Cómo le pondrán al niño?
—Se llamará José Miguel, “José” como su abuelo y “Miguel” como su padre.
—Es un bonito nombre —respondió María, quien había atinado a hacer esa pregunta para desviar el rumbo de la conversación, porque no quería que su hija se enojara con ella—. Bueno, ya me voy, Claudia, los felicito y, como siempre, reciban mi bendición. Mañana, cuando estés en tu casa, los visitaré con más calma.
—No, todavía me voy a quedar aquí dos días más.
—Eso no fue lo que me dijo Miguel, pero de todos modos mañana los veo —contestó María.
 María era una mujer solitaria. Su principal entretenimiento era asistir a misa y rezar el rosario, así como complacer los gustos económicos de su única hija. Había dedicado toda su vida a su esposo y a Claudia. Su autoestima era muy baja, y desde que su marido había muerto, ella anhelaba lo mismo, sentía que su vida era muy vacía. Nunca había sido una mujer de carácter y jamás se había planteado una vida propia.
—Ya regresé —dijo Miguel—. Ahora sí ya todo está listo. Podemos irnos cuando gustes.
—Como tú digas. Si quieres, nos vamos ahorita mismo, así te ahorro más dinero —replicó Claudia sin volverse para verlo.
—¿Por qué siempre tienes que buscar pretextos para discutir, Claudia?
—¡Ah, ahora soy yo la de los pretextos! ¿No eres tú el que siempre se queja por el dinero?
—¡Ya, por favor, Claudia! Debemos estar contentos, felices por la llegada de nuestro hijo. ¿Acaso no lo estás?
Claudia no respondió.
 En medio de la discusión llegó la noche, era 6 de enero de 1971. Dos días después…
—Prepararé algo para cenar, así podremos descansar. Hoy ha sido un día muy pesado, y eso que apenas es el segundo con nuestro hijo en casa —decía Miguel cargando al pequeño en sus brazos.
—Pero si mañana no vas a trabajar...
—Sí, lo sé, pero aprovecharé para lavar toda la ropa que se nos ha acumulado.
 Eran las 3 de la madrugada cuando José Miguel despertó llorando.
—¡Claudia! ¡Claudia! Despierta, el niño tiene hambre. Escúchalo.
—¡Ah, qué lata! ¿Otra vez? ¡Dámelo! —Y se lo arrebató a Miguel, quien no aguantó más.
—Mira, Claudia, desde el día en que decidimos vivir juntos fue para formar una familia y vivir como tal. Yo, hasta donde puedo, trato de cumplir con lo que me corresponde, ¡pero tú ni siquiera haces el más mínimo esfuerzo! ¿Qué te pasa? ¿Qué piensas? ¿Acaso no eres feliz a mi lado? ¡Contéstame! —Claudia lo ignoró, estaba dándole el pecho a José Miguel y tenía la mirada fija en este— A propósito —continuó Miguel—, la niñera que me pediste no vendrá hasta que José Miguel crezca. Por ahora es muy pronto y creo que tú eres la única indicada para cuidarlo.
—¿No será acaso que, para variar, no te alcanza? Es eso, estoy segura.¡Pero tú sabías que yo no estaba acostumbrada a todo esto, sabías que a mí todo se me daba, que yo era hija única! Escúchame, Miguel, si me sigues limitando, me veré obligada a aceptar la ayuda que mi madre me ofrece.
—¡Claudia, la relación de pareja solo es entre tú y yo! ¡Aquí no entra ni la opinión, ni la influencia de nadie más, esa es una regla! Mejor proponte ser más productiva como persona y trata de hacer rendir más el dinero. ¡Por Dios, compréndeme!
—¿Y a mí? ¿A mí quién me comprende?
—¡Claudia, llevamos año y medio juntos y pareciera que todo el amor que sentías por mí y las promesas mutuas que nos hicimos un día se nos están olvidando! ¡Por favor, inténtalo!
—Está bien, tú ganas. Lo intentaré —respondió ella.
 Así transcurrieron dos años. Claudia ni siquiera hizo el intento, era Miguel quien continuaba encargándose de todo y quien sufría las consecuencias de querer aparentar que en su matrimonio todo iba bien. José Miguel había crecido, hablaba, caminaba y todo el tiempo se la pasaba jugando. Tenía muchos juguetes ya que su abuelita cada vez que lo visitaba le llevaba uno diferente.
—Claudia, ya vine —decía Miguel al regresar del trabajo—. Claudia, ¿me escuchas?
—Sí, estoy en el baño.
 Cuando salió, Miguel preocupado le preguntó:
—¿Te sientes bien? Te veo pálida.
—¡Estoy embarazada de nuevo y espero que sea niña porque no quiero volver a tener uno más! —respondió ella fríamente— No estoy dispuesta a sufrir esos dolores tan crueles otra vez. Además, si así apenas nos alcanza. ¡ahora con dos, peor la situación!
—No hables así, por favor. No te falta nada —decía él tomándola de la mano —. Para mí, José Miguel, tú y ahora quien viene en camino significan todo, mucho más que cualquier riqueza material. Supongo que lo mismo significamos nosotros para ti. ¿O no? —Claudia no respondía, permanecía callada— ¡Contéstame, te hice una pregunta!
—Pues sí, pero eso no es todo.
—De verdad, no te comprendo, recién te das cuenta de que estás embarazada y parece que para ti no es una buena noticia.
—¡Y no, no lo es! ¡Además no hace falta que me comprendas, necesitas primero comprenderte tú, ya me cansé de fingir, Miguel! ¡Ya estoy harta de tanta rutina, de que no tengamos vida social, de limitarme en muchas cosas! Me siento como un ave enjaulada. ¿No te das cuenta de eso?
—¿Y qué crees? ¿Que yo no? Vivo trabajando para complacerte, para que no les falte nada ni a ti ni a mi hijo. Llego aquí y en lugar de que me recibas con amor, con la comida lista, con la casa ordenada, el niño limpio y tú… cambiada y arreglada... ¡mira nada más las fachas que traes! ¡De verdad te digo que yo también ya me cansé, vengo de trabajar a diario, todos los malditos días tengo que llegar a hacer cosas que a ti te corresponden! ¡Si no fuera porque estás embarazada, te juro que en este mismo instante definíamos nuestra situación de una vez por todas!
—¡No me amenaces! —contestó Claudia gritando.
—¡No, no es una amenaza! Y qué lástima que hayan cambiado tanto nuestros sentimientos. ¡De verdad, qué lástima que se nos esté acabando el amor, llevamos tan poco tiempo y ya estamos hartos el uno del otro! Eres otra, no eres la misma mujer de la que yo me enamoré. ¿Dónde está ese gran amor que tanto gritabas y presumías?
—No lo sé, Miguel. Quizá poco a poco lo hemos ido matando con la monotonía, con nuestras diferencias. Quizá nos hizo falta tiempo para conocernos mejor —respondió Claudia más calmada.
—Pero eres tú quien debería hacer algo, a mí si apenas me alcanza el tiempo.
—¡Otra vez vamos a empezar! Mejor seguimos después, ahorita tengo hambre y no tuve tiempo de preparar nada. Además, ya sabes… todo me sale mal.
 De repente José Miguel se puso a llorar y fue entonces que se dieron cuenta de que estaba en medio de los dos.
Al día siguiente, antes de irse a trabajar, Miguel le pidió a Claudia que se sentaran a platicar como una pareja civilizada.
—Claudia, ¿todavía me amas? —le preguntó.
—No lo sé. Estoy muy confundida y en este momento mi respuesta no sería sincera.
—¿Por qué no? Al corazón no lo puedes engañar.
—No lo sé, te digo. Ya nada es como los primeros días, creo que yo nunca me preparé para esto. Ya ves, no soy buena madre, ni buena esposa y creo que ni siquiera buena hija.
—Pero puedes intentarlo, Claudia, somos jóvenes aún y nos queda mucho por hacer. Hagamos un esfuerzo en nombre de todo ese amor que nos juramos un día y también en nombre de nuestros hijos —ella comenzó a llorar, no respondía—. ¡Por favor, Claudia, inténtalo, te lo suplico!
—Está bien, Miguel, lo intentaré una vez más. Pero te advierto que no quiero tener más hijos, me operaré en cuento nazca este.
 Y así sucedió, Claudia se operó después del nacimiento de Olga, la única hermana de José Miguel. Los problemas y las discusiones entre ella y Miguel fueron aumentando con el paso del tiempo. José Miguel tenía ya 8 años y Olga, su hermana, pasaba casi todo el tiempo con su abuelita. Un día José Miguel se encontraba despierto y hasta su cama llegaban los gritos. “Otra vez peleando, y por culpa de nosotros. ¿Qué puedo hacer para que ya no se peleen?”, pensó. Pero en medio de los gritos se quedó dormido de nuevo.
Tres meses después, Miguel y Claudia se separaron; los niños se quedaron con ella. Ninguno de los dos se había vuelto a dirigir la palabra. El tiempo transcurría y los niños estaban creciendo bajo el cuidado de María, quien había encontrado en ellos una razón para vivir. José Miguel tenía ya sus primeros amigos: Ricky y Christian, con quienes pasaba gran parte de su tiempo. Cierta vez, con motivo del día internacional de la familia, la maestra del quinto grado que cursaba José Miguel les pidió a los alumnos que escribieran una carta a sus padres.
—Escríbanles lo que quieran, lo que sientan. Yo se las entregaré personalmente —les dijo.
En su carta José Miguel escribió:
Queridos papás:
Yo quisiera que volvieran a estar juntos y que ya nunca se separaran, aunque peleen, no me importaría. Pero, por favor, vuelvan a juntarse. Te extraño mucho, papi. Mi mamá casi ni nos hace caso, no nos cuida como tú lo hacías. Quisiera también que tú, mamá, nos dieras un beso al despertar y otro al acostarnos, que pasaras más tiempo conmigo y con mi hermana.
Si tú regresaras, papi, me gustaría que vinieras por mí a la escuela como lo hacen los papás de mis amigos, para que cuando vayamos de regreso, me compres la nieve que tanto me gusta. También me gustaría que cuando tuvieras tiempo me enseñaras a jugar al fútbol. Yo no quiero dinero, sólo pido amor y comprensión, porque soy un niño. Quisiera también que me llevaran al parque, no lo conozco. A ti, mamá, quiero pedirte que no te enojes porque mi papá ya no está. Mi hermana y yo les pedimos perdón porque por nuestra culpa pelearon muchas veces. Papá, ya regresa, te prometo portarme bien.
Su hijo que los quiere, José Miguel
Cuando la maestra leyó la carta, no pudo contener el llanto. El día de la junta, como en otras ocasiones, Claudia no pudo asistir. La carta se quedó en el archivo de la maestra con la leyenda “Entrega pendiente”. José Miguel logró terminar la primaria con un promedio muy bajo pero que le permitió ingresar a la secundaria. Se había vuelto rebelde, extrovertido y vanidoso, pues sabía que llamaba la atención de las mujeres.
Una noche no podía dormir, daba vueltas en la cama, tenía calor, se sentía excitado. De repente sintió que de su pene salía algo, y al verlo, se asustó. Tenía vergüenza de hablar con su mamá o con su abuelita de eso, además hacía tiempo que notaba que su cuerpo estaba experimentando cambios, pero no sabía qué hacer.
“¿Estaré enfermo?”, pensó, y se encaminó para hablar con su mamá. “No, mejor no. Deben ser los cambios que dijo Ricky. Pero ¿y ese líquido blanco? Puede ser algo grave; es mejor que sepa mi mamá”. Decidido, se dirigió hacia la recámara de Claudia, la puerta estaba entreabierta y, pensando que estaba dormida, no quiso hacer ruido. Al entrar, la sorprendió teniendo relaciones sexuales con un hombre desconocido. Cautelosamente, dio pasos hacia atrás y regresó a su habitación. “Ah, entonces eso es lo que me está pasando. Ya soy un hombre, y lo que necesito es tener a una mujer”, pensó. Poco a poco se fue quedando dormido. Tiempo después…
—Abuelita, ahorita vengo.
—¿A dónde vas?, ya vamos a cenar.
—Voy con mis amigos, no me tardo.
 Esa noche José Miguel había quedado en verse con sus amigos para festejar que al día siguiente cumpliría 14 años. Sin problema alguno, y como en ocasiones anteriores, pudieron conseguir un cartón de cervezas. Eran ya las 9:45 de la noche y José Miguel estaba un poco borracho cuando llegó Érika, una amiga de Ricky que le gustaba mucho. Después de platicar por un rato, José Miguel le dijo:
—¿Y por qué no me das el abrazo de una vez? —y mientras la abrazaba le decía al oído—Me gustas mucho, chiquita. Me traes bien loco.
—Y tú a mí —respondió ella.
 Después se pusieron de acuerdo y ambos tuvieron su primera relación sexual. Ninguno de los dos usó protección, la desconocían porque nadie les había hablado al respecto. Al día siguiente, y con el terrible efecto de la cruda, José Miguel se dirigió a desayunar. Allí se encontró con su mamá.
—¡Qué milagro que estés aquí! —le dijo.
—Ya ves, tenía ganas de no salir a ningún lado. Por cierto, te mandaron saludos las muchachas del salón; dicen que te les haces bien guapo. ¡Ah, y ni creas que te voy a servir! Si quieres desayunar, sírvete tú mismo, tu abuela no está, se fueron ella y Olga a misa de cuerpo presente.
—¿Quién se murió?


Extraído de la obra: Pescadores (En la mitad de nuestra vida)

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